Verano 2025


Llegó el verano en el hemisferio norte. Es 21 de junio 2025 Llegó como quién llega sin ser esperado, nadie puso la mesa, ni preparó las flores. 

El cielo sigue dormido entre nubes bajas que esconden la realidad física de los edificios que suelen observarse desde mi ventana. 

La lluvia cae, como siempre. De  arriba hacia abajo, lenta, pesada, similares a las lágrimas del desconsuelo. 

El viento está enojado, ruge y azota a las palmeras, despeinando sus pelucas contra el vidrio de nuestra casa.

Abajo, un perro ladra. Uno que se cree chicharra o puerta sin aceite. Su ladrido es un travesura salvaje, un trozo de vidrio rasgando la piel de un auto.

El verano guarda  sus chanclas entre las frescas mieles de sus camisas de mangas cortas con flamencos rosas gigantes.

Se quita los lentos oscuros cuando un estremecedor trueno, le anuncia que el horno no está para bollos. 

El verano ha llegado. Eso es lo importante. Cumplió. Y eso nos hace longevos a una vida extremadamente cambiante y fugaz.

Pero mientras yo escribo esto, con el sonido del café cayendo lento en la cocina, hay guerras en curso, muertes sin nombre, un mundo que cruje por dentro bajo la tensión nuclear.

Esa es nuestra paradoja: matar en nombre de creencias irracionales y salvar por el puro milagro de seguir creyendo. 

Y sin embargo, aquí, hoy, en este lugar ha llegado el verano con su disfraz de tormenta. Y yo que no lo esperaba de esta forma, lo recibo con gratitud.

Porque si el mundo duele y vibra, si allá afuera se matan y se salvan, entonces yo —tú— nosotros, podemos activar ese modo raro, casi olvidado, esperanza.

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