Cuando el olvido... no llega
A menudo solemos cargar situaciones del pasado sobre las espaldas de nuestro presente, momentos dolorosos, o tal vez recuerdos gratos pero que al evocarlos nos deja un amargo sabor en la boca.
Vivimos
día tras días pensando en lo que “hubiera” sucedido “si tal o cual”, soñando
“cómo sería nuestras vidas si” y repasar sobre lo que no se puede volver a
reescribir sólo nos cubre de tristeza, impotencia o mal humor.
Intentamos
a ciegas volver a empezar, pero todo es fallido. Él o ella se han ido de
nuestro presente, sea por la razón que sea, pero en su partida se han llevado
un trozo de nosotros. ¿Por qué no podemos olvidar? ¿Por qué seguir insistiendo
en lo que no fue? ¿Por qué pensar en los ausentes amores todo el día? ¿Por qué
soñar con ellos, anhelarlos, pretenderlos? ¿Por qué amargar el alma con el
vacío impetuoso de un amor frustrado? ¿Por qué no olvidamos para seguir el
camino? ¿Por qué?
Porque
en la mayoría de los casos nuestro EGO ha salido demasiado herido, y esa herida
narcisista no deja de sangrar frente al espejo.
Porque
hemos construido nuestra relación en base a expectativas y cuando la ecuación
da lugar, siempre el resultado es la desdicha.
Porque
hemos eternizado la relación, ignorando a sabiendas, que nada es eterno.
Porque
nos martirizamos recordando sólo una parte de la historia, las mejores escenas,
para seguir alimentando nuestra dolencia.
Porque
en el fondo, cuando no podemos arribar al OLVIDO, no podemos ACEPTAR que el
otro se haya olvidado de nosotros. No logramos entender ¿cómo ese “otro” se
atrevió a olvidarse de nosotros?
Porque
aun siendo lo que seamos, el otro tiene el derecho a hacer con “su sentimiento”
lo que quiera. Puede apostar todo su amor al nuestro, y a mitad del juego
retirarlo; con o sin explicación, con postergación o de un día para el otro.
¿Y para
qué repasamos en el álbum de la memoria las promesas que nos hicimos en aquél
amanecer? ¿Los besos de principio que tenían un sabor peculiar? ¿La calidez de
los abrazos?
¿Para
qué comparamos a ese gran amor trunco con los “nuevos” que quieren florecer”?
¿Para qué sostener su nombre en los labios? ¿Para qué negarnos al paso del
tiempo? ¿Para qué aferrarnos al pasado?
Para seguir igual, contemplando lo destruido, lo que no funcionó parados desde la queja.
Para no
hacernos cargos de las rondas que nos tocan.
Para
defendernos de las futuras relaciones, y proteger el corazón a raga dientes,
para creer que todo tiempo por pasado fue mejor y desde una mirada infantil
desconfiar de lo que nos puede deparar la vida.
Para
manipular la situación y hasta a veces obtener recompensas ocultas:
“conmiseración, apapachos, atención, etc.”.
Para
evitar lo que está sucediendo y no cerrar el ciclo.
Cuando
el olvido no llega, simplemente es porque nos hemos empeñado en que resistir
los cambios de nuestras vidas; decidimos que nada deberá cambiar aun cuando
todo sea distinto, procuramos ser indiferentes a la realidad que se nos plantea
y vivir como “si nada hubiera pasado”.
Cuando estamos enamorados creemos que este amor es el único y el definitivo y frente a la desilusión o la ruptura, seguimos idealizando esa relación; pero sólo es eso, IDEALIZACIÓN.
Idealizar
puede hacer más sublime o romántico al vínculo de pareja, pero no lo vivencia
como lo que es, algo real; algo que existe más allá de mí y de ti, algo que
tiene vida propia, alimentado de mis temores y de los tuyos, de los sueños de
ambos, de los complejos de los dos.
El amor
es vida, es ahora, es presente; lejos está de ser una “bonita idea”; una
estampa con dos amantes sonrientes para toda la vida y repitiendo día con día,
el mismo menú: las perdices.
El
olvido no es un borrador o una anestesia que nos apacigua; es un viento
renovador de esperanzas, un soplo de bienaventuranza sobre las laceradas heridas, un
pasaje a un seguir próximo destino, una oportunidad de aprender de lo vivido.
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