Las heridas de la infancia
Las heridas son marcas psíquicas y emocionales que se originan en nuestra infancia debido a necesidades de amor no satisfechas.
Todos tenemos heridas y necesidades insatisfechas, ya que nuestras necesidades quedaron en manos de personas (padres, tutores) que creían saber qué necesitábamos, basándose en sus propias experiencias y carencias.
Nuestra incapacidad para expresar lo que realmente necesitamos nos convierte en seres puramente vulnerables y vulnerados. A lo largo de nuestros primeros 18 años de vida, necesitamos cubrir muchas necesidades de amor en diversas formas.
Las más importantes se dan desde el nacimiento hasta los 6 años. En este período se crean las heridas de la infancia si NO hemos recibido amor en forma de confianza, seguridad y creatividad.
De 1 a 4 años necesitamos aprender a confiar, y eso lo logramos teniendo a nuestra madre cerca. De los 2 a los 3 años, se superpone la necesidad de seguridad, la cual se desarrolla aprendiendo a hacer cosas. De 3 a 6 años, necesitamos desarrollar la capacidad de creatividad como una energía resolutiva.
Cuando no logramos trascender estos aspectos, emergen las “necesidades de amor insatisfechas”.
¿Quiénes somos con esas necesidades insatisfechas?
Personas desconfiadas, personas que no se atreven, personas con inseguridad creativa.
Las heridas quedan registradas a nivel celular y nos acompañan toda la vida como mecanismos de defensa.
No se pueden borrar, solo desactivar, aprendiendo a cambiar la información que tenemos.
Es fundamental que tomes conciencia de la vulnerabilidad auténtica que fuiste al ser un pequeño bebé.
¿Cómo se forman las heridas?
Ya sabemos que se forman desde una carencia, que puede ser simbólica o real, porque nuestras percepciones son limitadas hasta los 6 años, cuando tomamos la vida de forma literal. La madre de todas las heridas es la angustia por valoración, que da paso a la herida por la exigencia.
Es la exigencia de ser lo que los otros quieren que seamos lo que genera las necesidades de amor no satisfechas.
La valoración es la respuesta que comenzamos a sentir cuando comprendemos que somos valorados por lo que hacemos o por cómo somos, en lugar de ser valorados por quienes somos.
¿Quién soy? Soy vida. Mi valor en la vida es ser vida. Pero la sociedad familiar y civil no perciben eso, y seré interpretado por mi comportamiento, mis formas de relacionarme y mis capacidades adquiridas. Esto genera un gran malestar en nosotros y, sobre todo, la sensación de no poder.
Como la exigencia va de la mano de la valoración, la exigencia significa aprender a ser lo que los demás desean que seamos. Esa exigencia nos conduce a la mutilación, a aprender a responder de un modo condicionado en lugar de un modo espontáneo.
Es lo que Carl Jung denominó la sombra. Comenzamos a meter en la mochila emocional un sinfín de comportamientos que notamos no se pueden mostrar. Vamos domesticando el ser auténtico que somos como ofrenda a la familia a la que queremos pertenecer.
Dentro de este contexto de valoración y exigencia, el correctivo de mano de la violencia será un instrumento que marcará nuestra vida.
Muchos padres han educado a sus hijos a través del golpe físico y el grito. Al ser pequeños, entendemos que esos elementos son los que pueden permitirnos llegar a nuestras metas.
Y en la adultez, cada vez que tengamos un obstáculo, recordaremos esto para llegar a la meta. La violencia se convierte en una herramienta de adaptabilidad aplicada a nosotros mismos y a terceros.
En este contexto emergen las heridas. No podemos verlas paso a paso, todo es simultáneo porque todo está siendo procesado.
Nacemos con información subconsciente, somos esponjas que absorben sin discernir, y a los tres años comenzamos a tener recuerdos claros.
Sin embargo, desde la quinta semana de concepción, ya estamos empezando a desarrollar habilidades de aprendizaje. Pero al nacer, nuestra corteza cerebral es muy primitiva.
Dime ¿Qué te ha parecido toda esta información? ¿Puedes reconocer tus heridas?
Chuchi
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